sábado, mayo 24, 2008


CON ESE ACENTO DE NINGUNA PARTE...


Sin más remedio que tomar la moneda en la que por sorpresa se transformó el último billete que le quedaba luego que una gitana lo abordara desprevenido en la calle, iba anunciando vino y rosas, junto con otras completas mentiras. Frotó la moneda con sus manos tal como ella le dijo, buscaba su mirada esquiva y triste deseando que ese acento de ninguna parte se quedara a su lado, que cada palabra que brotara de su boca le perteneciera, y que cada mañana sus ojos verdes se abrieran para el, que su piel tersa y suave rozara la suya para siempre y que en su cama, a cada amanecer pudiera sentir esa desnudez tibia, soñaba con verla dormir despreocupada, confiada, segura entre sus brazos, que esa boca mentirosa le besara, que callara sus palabras necias, que borrara sus angustias, se sentía tan solo que sin dudarlo quiso creer en cada palabra que decía, se entregó con fervor a creer cada cosa que le decía y lo deseó con tanta fuerza y con tal anhelo… guardó la moneda envuelta en una servilleta en el bolsillo del pantalón y se despidió jurando volverla a ver.

A su casa se vio forzado regresar a pie, tendido en la cama vacía estuvo pensando en sus ojos verdes, fascinado por ese acento de ninguna parte, intentando sentir una vez más la piel suave de esa mano sosteniendo la suya y guiándole a su delito por entre senderos inciertos, por entre sus deseos no cumplidos, por entre sus bellas mentiras, por entre las líneas de la vida y la suerte.




Imágen tomada de: http://www.lauralopezcano.com/images_large/gitana_lg.gif

sábado, mayo 17, 2008

Defunctorum... Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis.


Una luz cansada de candelabro titila y amenaza con la oscuridad, una mesa roja, larga con sillas a los costados dan la impresión de estar ocupadas, en la pared retratos de santas, santos y viejos obispos; a lo lejos la tormenta mueve los árboles y doblan lerdas la campanas, llega hasta la mesa una música lúgubre, constante y tediosa. En la otra habitación el reloj de péndulo anuncia otra hora, que –como las presentes- habrán de desmigajarse y caer a cada nueva vuelta de las agujas.

Un hombre se sienta a la mesa, escribe, tiene en la cabeza muchas ideas confundidas y contradictorias como un lago revuelto por los peces, escribe y tiemblan sus manos, se siente sólo, de cuando en cuando levanta la cabeza y mira de reojo hacia su alrededor mientras sostiene la respiración para no hacer ruido, para escuchar cada leve cambio en el lugar, la gran mesa y las sillas están en un salón enorme como una bodega, sólo el candelabro de encima de la mesa ilumina la escena con las llamas inquietas y cada vez más pequeñas sus velas, el gran salón está decorado con cortinas y alfombras rojas escarlata, líneas y líneas de hilos dorados rematan cada borde del lugar, el salón está en la parte de atrás de la capilla que se baña con la furia de la tormenta que no dejan de doblar la campanas, una espesa arboleda acompaña aquel lugar, no hay mucho que mostrar en las inmediaciones de la construcción, sólo árboles centenarios, viejos, grandes, frondosos que dificultan la entrada de la luz natural de la noche, se refleja pobremente la luna en el rocío que cae de las hojas, desde donde se ve una ventana azotada por la tormenta con una luz de vela opaca apenas visible donde un hombre anuncia malas noticias…

Su excelencia:

Reciba de un servidor este atento saludo.

Temo mucho ser portador de tan desdichadas noticias, como ya lo sabrá por las anteriores cartas, su hermano el cardenal, vuestro entrañable amigo a dejado este mundo de los hombres para acudir al llamado del Señor en el reyno de los cielos; momentos antes de su partida, lo rodeaba una presencia de júbilo y hasta me atrevo a confesarle que sus gracias y bromas no parecían propiamente la actitud de un moribundo, aunque las carraspeas repentinas no le impedían compartirme episodios lejanos de su vida; hablaba de la casa familiar, de su honorable padre pescador, de Lucrecia…

Comprenderá su majestad que no es fácil para mí plasmar en éstas líneas mis últimos momentos con el señor cardenal, pero lo hago expresamente por ser ésta su última voluntad, mientras preguntaba por vuestra pronta visita, cerró los ojos a este mundo hoy a las tres en punto de la tarde en su recámara, luego de un profundo…

Como un animal furioso la tormenta arreció y se coló por una de las ventanas del salón y el estrepitoso silbido corrió por todo el salón, como un golpe de gracia extinguió la débil luz del candelabro y pronto todo lo que rodeaba al hombre se cubrió con el manto frío de las tinieblas, los retratos caían con fuerza al suelo, las cortinas se agitaban violentas y se rasgaban, hasta la gran mesa vibraba y se desplazaba de a poco, los estruendos, los relámpagos poderosos parecían quebrar las baldosas en el salón, el hombre aterrado no lograba comprender, atravesó con dificultad el salón, abrió una puerta, subió a toda prisa las escalas, llegó al pasillo, empujó con fuerza la puerta de la habitación donde reposaban los despojos mortales del cardenal.

Oh! profunda sorpresa la que recibió aquel hombre en esa noche inmemorial, mentirosa, extraña y oscura al ver al cardenal levitar sobre las sábanas revueltas, todo en la habitación cubierto por un aura rojiza; el hombre gritaba con fuerza, con todas sus fuerzas, pero era claro que nadie atendería su llamado desesperado, con la garganta destrozada, cegado por el pánico, tiraba de su cabello y se lo arrancaba a jirones, varios intentos frustrados para salir de esa habitación, para abandonar ese lugar por que la puerta se cerró con fuerza y parecía que mil hombres apoyados sobre ella al otro lado impedían la salida, algo en su pecho se rompió y calló de bruces al suelo vencido por el dolor dejando ese misterioso y denso espectáculo a sus espaldas, buscó la calma y haciéndose a la idea de su penosa situación, posó suavemente su cabeza sobre la alfombra y luego de un profundo suspiro, liberó su alma de la cárcel del cuerpo y del mundo.

Aunque en cierto modo me siento responsable de tan infortunado suceso, preferí guardar silencio y no conspirar para que la carta llegara a su destino.



jejejeje

En la treinta y cuatro subo al micro


En la treinta y cuatro subo al micro, pago el pasaje, tengo suerte esta vacío – a más de uno le gustará subir al bus y encontrarlo vacío o por lo menos con un lugar -, y como cualquier otro pasajero busco el lugar más cómodo, miro por la ventana y me atraen los anuncios de todo tipo que se ven en la pluralidad de las calles, empanadas tony's, las gatas, las gatas... feria del brasier y solo cucos, cabinas telefónicas, vendedores de esquina como cualquier transe-unte, un desprevenido, un blackero y su novia, una señora gorda con un niño, los colegiales y sus graciosos atuendos adolecentes...

Aquel paseo habitual se rompe, cambia, cuando de repente en el semáforo una rubia artificial para el micro, facciones finas, exquisitamente perfumada, zapatitos rojos que dejan ver su piel blanca en los pies, esa poderosa y contundente presencia femenina que intimida, que atrae como a los planetas la fuerza de la gravedad, me entorpece, ella se deja mirar a través del reflejo del vidrio polarizado de la cabina del micro, ella y yo en la primera silla del micro, creo que un micro no es el mejor lugar para hacerse a una dama, aunque es inevitable no dejar de observarla, ella saca de su bolsito una carterita rosada con sus polvos faciales y un aparato que bien puede servir como labial y para las pestañas.

La miro, siento que ella se siente observada y me reconforta saber que disfruta de mi evidente interés hacía ella y sus cosas, tal vez por vanidad, tal vez porque sabe bien lo que tiene y sabe de su efecto en los hombres…

ATRABILIARIO


Cae la tarde y espero la hora de salida para marchar a casa. Las lucecitas de navidad resucitan en las fachadas de los edificios y cuelgan también en los árboles de la calle como justo ayer hace un año. Esta noche estaré sólo, esta noche no te espero. Fui fulminante al teléfono: la derrota contundente ha de calar por lo menos algo en tu enormísimo ego. Reflexiono sobre la discusión y creo que un poco de razón debo tener. Porque la sensación de levedad es muy grande, aunque me cueste un vacío en el estomago y la tensión de la cabeza; no te espero ni tampoco espero cena, ni cama caliente, ni besos amargos y fríos que busquen mis labios. Aunque, a decir verdad, me mueve un morbo interno que clama por tus represalias, por tus aullidos de loca y tu sarta de mentiras, el sonido de los platos que se quiebran brutalmente contra el suelo, imagíno un puñal tibio derramando carmín en la hamaca, tu ó yo ahí con un velo blancusco en los ojos abiertos y con la piel aún tibia por el combate y con pequeñas gotas de sudor que van a mezclarse para crear un coctel de sangre y sal; veo mi casa ardiendo en llamas y tu risa malvada y loca pero satisfecha. Si eso pasara, tomaría un leño ardiente y me encendería un cigarro para aplaudirte y burlarme de tu cólera, para darme por muerto en los salones de baile donde Mariel no espera al capitán.

Bajo por la Avenida de Las Palmas, perezoso y sin dinero, con un halo seco y amargo en el paladar que me dejó el vino y los cigarros. El aparatito con la música se quedó sin batería, y en la calle reina el silencio, por lo que guardo mis manos pálidas, húmedas pero frías, noto de pronto en mis manos y en lo que puedo ver de mi piel ese extraño tono fluorescente del que habla Fresán cuando se refiere a los que van a dejar este mundo; pongo las manos en la chaqueta mientras con una obstinación tranquilizante retomo mi vieja costumbre: …Tarareo I'm your man y recuerdo una frase que un buen amigo me compartiera esa tarde por el MSN: “ella se lo pierde” me renuevo con orgullo y continuo mi camino incierto.

A lo lejos un ñero se tambalea en la acera contraria, va dando tumbos y diciendo cosas que apenas puedo percibir. De repente tiemblo por el frío, por la rabia; siempre que el miedo acosa me tranquilizo fumando un cigarrillo, busco en la chaqueta, en el bolsillo de la camisa, lamento no tener otro cigarro, así que desvíoun poco el camino de la Avenida de Las Palmas para acercarme a esa gorda que está desparramada en una butaquita de espaldas hacia la pared. Lleva puesto un gorro de lana azul oscuro y grasoso, tiene un bizarro y asqueroso carrito rosado y azul pastel -como los que usan las mujeres para llevar a sus crías-, cargado con termos y ollas que hierven con fuerza mientras perfuman el frío de la madrugada con olores a tinto amargo y trasnochado. Le pido un cigarrillo. Saco de uno de los bolsillos, esa última moneda que reservé para el camino, por si acaso algo se me ofrecía. La gorda con el gorro de lana graso, antes de acercarme la cajetilla con los cigarros, estira su asquerosa mano sucia que deja ver las uñas a medio pintar con un color como rosa pálido, color hueso, que no le alcanza para esconder el mugre de las manos, negras hasta los pliegues en la línea de la vida que se le parte en dos a la vieja.

Es inevitable e increíble la bronca que me da ese gesto de desconfianza de la mujer, como si yo quisiera fugarme con un maldito par de cigarrillos, viejos, amarillentos y puercos. Pienso derramar en el andén el contenido de de los tarros del carrito ese, patear a
esa gorda cochina y correr como un loco por la Avenida de Las Palmas, pero considero menos arriesgado, más simple y sensato acercarme a la flotilla de taxistas ojerosos y adormecidos que escuchan música amarga, fea y vieja, de esa que se escucha por la estaciones radiales a la madrugada. Voy a pedirles fuego para el cigarro. El humo ácido del cigarro estimula el dolor de cabeza con el que creí haber acabado hacía unas horas atrás en esa cantina pastosa, oscura, olorosa a moho y atestada de putas horrendas y mal vestidas. Fumo el cigarro y en el gusto un sabor óxido como de sangre, los sentidos extraviados, tambaleantes, ebrios, la cara fría y sucia de tierra por el duro y contundente golpe contra el asfalto desnudo y pegajoso. Siento algo de dolor en las costillas y húmeda la espalda, mientras el ñero que se bamboleaba hacía unas calles por La Avenida de Las Palmas, entra y saca de mi cuerpo una hoja que blande filosa, brillante y fría.