Una luz cansada de candelabro titila y amenaza con la oscuridad, una mesa roja, larga con sillas a los costados dan la impresión de estar ocupadas, en la pared retratos de santas, santos y viejos obispos; a lo lejos la tormenta mueve los árboles y doblan lerdas la campanas, llega hasta la mesa una música lúgubre, constante y tediosa. En la otra habitación el reloj de péndulo anuncia otra hora, que –como las presentes- habrán de desmigajarse y caer a cada nueva vuelta de las agujas.
Un hombre se sienta a la mesa, escribe, tiene en la cabeza muchas ideas confundidas y contradictorias como un lago revuelto por los peces, escribe y tiemblan sus manos, se siente sólo, de cuando en cuando levanta la cabeza y mira de reojo hacia su alrededor mientras sostiene la respiración para no hacer ruido, para escuchar cada leve cambio en el lugar, la gran mesa y las sillas están en un salón enorme como una bodega, sólo el candelabro de encima de la mesa ilumina la escena con las llamas inquietas y cada vez más pequeñas sus velas, el gran salón está decorado con cortinas y alfombras rojas escarlata, líneas y líneas de hilos dorados rematan cada borde del lugar, el salón está en la parte de atrás de la capilla que se baña con la furia de la tormenta que no dejan de doblar la campanas, una espesa arboleda acompaña aquel lugar, no hay mucho que mostrar en las inmediaciones de la construcción, sólo árboles centenarios, viejos, grandes, frondosos que dificultan la entrada de la luz natural de la noche, se refleja pobremente la luna en el rocío que cae de las hojas, desde donde se ve una ventana azotada por la tormenta con una luz de vela opaca apenas visible donde un hombre anuncia malas noticias…
Su excelencia:
Reciba de un servidor este atento saludo.
Temo mucho ser portador de tan desdichadas noticias, como ya lo sabrá por las anteriores cartas, su hermano el cardenal, vuestro entrañable amigo a dejado este mundo de los hombres para acudir al llamado del Señor en el reyno de los cielos; momentos antes de su partida, lo rodeaba una presencia de júbilo y hasta me atrevo a confesarle que sus gracias y bromas no parecían propiamente la actitud de un moribundo, aunque las carraspeas repentinas no le impedían compartirme episodios lejanos de su vida; hablaba de la casa familiar, de su honorable padre pescador, de Lucrecia…
Comprenderá su majestad que no es fácil para mí plasmar en éstas líneas mis últimos momentos con el señor cardenal, pero lo hago expresamente por ser ésta su última voluntad, mientras preguntaba por vuestra pronta visita, cerró los ojos a este mundo hoy a las tres en punto de la tarde en su recámara, luego de un profundo…
Como un animal furioso la tormenta arreció y se coló por una de las ventanas del salón y el estrepitoso silbido corrió por todo el salón, como un golpe de gracia extinguió la débil luz del candelabro y pronto todo lo que rodeaba al hombre se cubrió con el manto frío de las tinieblas, los retratos caían con fuerza al suelo, las cortinas se agitaban violentas y se rasgaban, hasta la gran mesa vibraba y se desplazaba de a poco, los estruendos, los relámpagos poderosos parecían quebrar las baldosas en el salón, el hombre aterrado no lograba comprender, atravesó con dificultad el salón, abrió una puerta, subió a toda prisa las escalas, llegó al pasillo, empujó con fuerza la puerta de la habitación donde reposaban los despojos mortales del cardenal.
Oh! profunda sorpresa la que recibió aquel hombre en esa noche inmemorial, mentirosa, extraña y oscura al ver al cardenal levitar sobre las sábanas revueltas, todo en la habitación cubierto por un aura rojiza; el hombre gritaba con fuerza, con todas sus fuerzas, pero era claro que nadie atendería su llamado desesperado, con la garganta destrozada, cegado por el pánico, tiraba de su cabello y se lo arrancaba a jirones, varios intentos frustrados para salir de esa habitación, para abandonar ese lugar por que la puerta se cerró con fuerza y parecía que mil hombres apoyados sobre ella al otro lado impedían la salida, algo en su pecho se rompió y calló de bruces al suelo vencido por el dolor dejando ese misterioso y denso espectáculo a sus espaldas, buscó la calma y haciéndose a la idea de su penosa situación, posó suavemente su cabeza sobre la alfombra y luego de un profundo suspiro, liberó su alma de la cárcel del cuerpo y del mundo.
Aunque en cierto modo me siento responsable de tan infortunado suceso, preferí guardar silencio y no conspirar para que la carta llegara a su destino.
jejejeje