En la treinta y cuatro subo al micro, pago el pasaje, tengo suerte esta vacío – a más de uno le gustará subir al bus y encontrarlo vacío o por lo menos con un lugar -, y como cualquier otro pasajero busco el lugar más cómodo, miro por la ventana y me atraen los anuncios de todo tipo que se ven en la pluralidad de las calles, empanadas tony's, las gatas, las gatas... feria del brasier y solo cucos, cabinas telefónicas, vendedores de esquina como cualquier transe-unte, un desprevenido, un blackero y su novia, una señora gorda con un niño, los colegiales y sus graciosos atuendos adolecentes...
Aquel paseo habitual se rompe, cambia, cuando de repente en el semáforo una rubia artificial para el micro, facciones finas, exquisitamente perfumada, zapatitos rojos que dejan ver su piel blanca en los pies, esa poderosa y contundente presencia femenina que intimida, que atrae como a los planetas la fuerza de la gravedad, me entorpece, ella se deja mirar a través del reflejo del vidrio polarizado de la cabina del micro, ella y yo en la primera silla del micro, creo que un micro no es el mejor lugar para hacerse a una dama, aunque es inevitable no dejar de observarla, ella saca de su bolsito una carterita rosada con sus polvos faciales y un aparato que bien puede servir como labial y para las pestañas.
La miro, siento que ella se siente observada y me reconforta saber que disfruta de mi evidente interés hacía ella y sus cosas, tal vez por vanidad, tal vez porque sabe bien lo que tiene y sabe de su efecto en los hombres…
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